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The Runaways, la película. ¿De qué se trata?

 

 

En 1975, el rock era territorio de la testosterona y no había muchos espejos donde mirarse para una chica que quisiera hacer rock. Pero aglutinadas alrededor del productor Kim Fowley, Joan Jett, Cherie Currie, Jackie Fox, Lita Ford y Sandy West, cinco chicas de California, abrieron el camino. No fue fácil: los periodistas las maltrataban, las revistas de rock más cancheras las destrozaban, el manager abusaba de ellas de casi todas las maneras imaginables, las drogas y las manipulaciones las enloquecieron volviéndolas unas contra otras. Y sin embargo grabaron discos extraordinarios, salieron de gira por el mundo, fueron Nº 1 y llegaron a la cima.  Pudieron seguir adelante a pesar de todo lo que se les puso en frente. No estaba mal: tenían 16 años. Ahora, una película que lamentablemente sale directo a video le hace justicia a esa revolución que anticipó a los Sex Pistols llamada The Runaways. Para muchos fue la banda de “solo chicas” por excelencia de los años 70. Para sus líderes Joan Jett y Cherie Currie fue algo más que solo gritar, vibrar con solos de guitarra y expresar lo indebido en sus letras: era demostrar rebeldía, libertad y que las chicas pueden hacer algo más que pintarse las uñas y coquetear con los hombres. Floria Sigismondi, directora y guionista, nos trae esta peculiar historia en la que nos cuentan un poco sobre este fenómeno rockero escaso de testosterona.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Brilla el sol y una adolescente rubia está a punto de cruzar la calle. La esperan unos chicos, a los que verá en secreto. Y de entre sus piernas cae una gota de sangre menstrual sobre el pavimento, roja, brillante bajo el sol. Cuando se cambia para estar fabulosa en el encuentro, la rubia debe agregar a sus botas de plataforma plateadas y su maquillaje teatral una toallita higiénica, que se acomoda en la ropa interior bien rápido. La rubia se llama Cherie Currie, y dentro de poco tiempo será la cantante de The Runaways, la primera banda de rock integrada únicamente por chicas (por chicas adolescentes). Y la actriz que interpreta a Cherie en la película, la protagonista de esa escena que ya mismo se puede llamar mítica –¿alguien se acuerda de alguna otra película donde aparezca o se mencione la menstruación?– es Dakota Fanning, ya no más una estrella infantil: ahora es una hermosa chica de 16 años que está creciendo en pantalla, como mujer y como actriz. La adolescente, a sus 15 años ha decidido dejar atrás la imagen de niña inocente de pelo largo y rubio, echándose labial en la boca y creando un nuevo estilo en su look. Enseguida, la película presenta a la otra chica. Es morocha, es bella, es muy tímida, se le nota en sus hombros apesadumbrados y en su mirada esquiva. Está comprando ropa en un local para motoqueros y rockabillies, y sabe lo que busca. “Quiero lo que tiene puesto él”, dice apuntando al novio de la cajera, que lleva una campera de cuero negra. Se la compra con monedas: una chica que acaba de romper su chanchito, que gasta sus ahorros en parecerse a lo que sueña ser. Y después sale corriendo del local y suena a todo volumen lo que suena en su cabeza: “The Wild One” de Suzi Quatro, su heroína, una de las pocas mujeres que tocaban rock a principios de los ‘70, una de las pocas que también tocaba la guitarra. “Toda mi vida quise ser alguien, y aquí estoy”, dice la canción. La morocha con su campera de cuero es Joan Jett, que sería la guitarrista rítmica y compositora de The Runaways (y, cuando la banda se separe, una superestrella de rock). La actriz es Kristen Stewart, más conocida por su papel de Bella en Crepúsculo, la actriz joven del momento que, a los 21 años, quiso aprovechar la pausa entre dos tanques de la saga que protagoniza para hacer esta película relativamente pequeña que le permitía ser todo lo contrario a una heroína romántica.

Nadie pensaría que la imagen y presencia de Cherie le valdría la atención de Kim Fowler (Michael Shannon), un conocido productor y “cazatalentos” de la época, para ser parte de un nuevo proyecto de rock experimental llamado The Runaways. Una banda integrada únicamente por mujeres, todas jovencitas muy talentosas en la batería, guitarra eléctrica y composición de canciones; una de ellas es la mundialmente conocida como la Reina del Rock and Roll, Joan Jett (Kristen Stewart). Así emprenden diversos viajes y giras, tratando de huir de sus caóticas vidas personales, experimentando cosas tan radicales en la pubertad como el descubrimiento sexual, las drogas, el alcohol y el peso de la fama.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La estética en cuanto a luces, vestuario, maquillaje y ambientación realmente fue un detalle muy cuidado; desde el cabello de las protagonistas hasta los espacios donde se desenvolvían como los antros. No es de sorprender, ya que entre los productores ejecutivos se encuentra la misma Joan Jett, cuyo testimonio acerca de esos años tan rudos fuera decisivo para que dirección de arte retratara con minuciosidad y perfección. 

Definitivamente es un producto audiovisual con una deliciosa y pegajosa banda sonora con los mejores éxitos de The Runaways, cantados por Fanning y Stewart, además de canciones de fondo de otros exitosos como David Bowie, Suzi Quatro o Sex Pistols.

Probablemente encontramos un punto débil en cuanto a relaciones entre personajes. Según nos indica una sinopsis y el testimonio de Cherie Currie, ella y Joan Jett mantuvieron un romance mientras conformaban dicha banda. Y en varias tomas nos queda claro: desde las miradas de deseo y complicidad hasta el acto sexual; la sobreprotección de Jett hacia la “bomba Cherie” también fue un mecanismo psicológico útil. Sin embargo, no queda muy claro a simple vista si era algo más allá de un beso. Parecía que fuera un simple afecto, un experimento de adolescentes o el despertar mismo de su sexualidad. Cabe mencionar que al estar expuestas al consumo de estupefacientes y alcohol en demasía, era bastante común este tipo de conductas entre miembros de bandas.

Aunque las demás integrantes en la vida real no fueron personajes muy mediáticos e influyentes como Jett o Currie, hubiera sido interesante tanto para los fanáticos como para los curiosos que se mencionara aunque sea algo corto sobre cómo es que llegaron a ser escogidas para el proyecto.

De Joan solo nos quedan claros estos puntos: que gustaba usar casacas de cuero negras y varoniles, que su talento y amor por el rock la mantuvo hasta nuestros días y que el magnífico material musical que escuchamos y que nos deleita de principio a fin es gracias a ella. Muchos esperábamos conocer sus antecedentes familiares- solo se sabe por diálogo que sus padres eran separados-, sus problemas, sus anhelos y su negativa a usar faldas y femeninos atuendos. A pesar de no indagar mucho en la intimidad de Jett, Kristen Stewart deja bien atrás los papeles que la estereotiparon como una de esas trend actress que solo podemos ver en sagas juveniles literarias o en comedias románticas. Se dijo que su construcción de personaje tan masculino era tan creíble que llegaban especulaciones sobre su supuesta homosexualidad, cosa poco relevante a decir verdad. 

Desde el inicio hasta casi el final, Dakota Fanning toma las riendas de la película; sensual, provocativa, indebida o quizás prohibida. El momento cumbre en el cual esa personalidad salvaje aflora es en una escena en la cual interpreta el tema Lady Grinning Soul de Bowie, de manera precisa y felina. Vemos más sobre el lado personal de Currie- una joven con padres separados, cuya madre decide irse de casa con su nuevo compromiso a Tailandia, dejándolas a ella y a su hermana Marie al mando de su alcohólico progenitor-, el cual influyera bastante en la fuerza  y potencia que emanaba en sus performances frente a sus millones de fans. Esta joven actriz fue la sensación en el Festival de Sundance del 2010, ya que causó polémica al mostrarse en escenas lésbicas y sexuales, consumiendo drogas y alcohol; todo lo contrario a sus adorables intervenciones en cintas como Yo Soy Sam, Pequeñas Grandes Amigas o La Telaraña de Charlotte. 

Aunque no fue un personaje recurrente, Michael Shannon como Kim Fowley me deja una sensación de perversión, infección, codicia, explotación y genialidad; un cazatalentos que lejos de descubrir voces armoniosas busca un nuevo concepto de mujer en los Estados Unidos. Un hombre descarado, políticamente incorrecto para algunos- hace que adolescentes de 15 a 17 años dejen a sus familias y escuela por irse de gira- y un Rey Midas de las teenage bands para otros. Cuando algo gusta y convence, pedimos más de eso; espero que en los próximos proyectos cinematográficos por salir tengamos más de Shannon en cualquiera de sus construcciones dramáticas.

En ningún lado fue un éxito de público, aunque sí de crítica: como película de iniciación y como película rocker, pocas se le pueden comparar. Es una gran película en un momento en que ni siquiera abundan películas buenas. Su directora, la artista ítalo–canadiense Floria Sigismondi, es famosa por sus videos musicales. Aunque conoce el terreno, sorprende con su inteligencia: admite que las chicas de The Runaways crecieron demasiado pronto, pero no se regodea en la pérdida de la inocencia para no convertir la película en un drama culposo; también reconoce el maltrato del manager del grupo, Kim Fowley, pero no está dispuesta a regalarle nada y hacer una película sobre él; la fotografía de The Runaways es lo suficientemente realista como para tener credibilidad rockera y lo suficientemente satinada y gloriosa como para soñar con esa ciudad de ángeles ideal, llena de luz y glam rock. Sigismondi captura con gran autoridad ese sacudón que sienten algunas chicas rebeldes al crecer: esas chicas que no quieren ser princesas sino reinas del ruido. 

Pero quizá su mayor mérito sea extracinematográfico. Courtney Love lo dijo cuando comentó el estreno: “Me pregunto cuántas chicas ven esto y se preguntan si pasó de verdad”. Y pasó de verdad. Hubo una banda que se llamó The Runaways, que implosionó en cuatro años, integrada por cinco menores de edad que les abrieron el camino a todas las chicas que quisieron estar en una banda más tarde. Lo mejor que puede hacer esta película es redescubrirlas, hacerles justicia.

La película nos deja varias lecciones, aunque no tiene la intención de educarnos. Nos habla de la represión de aquellos años, en donde era más normal ver a un hombre pintándose la cara y mostrando su homosexualidad que a una mujer gritando y sacándole el dedo medio al público masculino. Que a veces los grandes talentos nacen de la nada, simplemente por cosas del destino. Que la juventud siempre huye de lo que le aqueja, es parte del crecer. Y quizás un pensamiento final más certero: que la música es, ha sido y será por siempre el medio por excelencia para expresar con libertad todo lo incorrecto de nuestra sociedad, de nuestra mente y nuestros corazones. 

¿Sabías que...

...Dakota y Kristen cantan la mayoría de las canciones de la película?

¡Mira el trailer online!

The Runaways, película e historia.

 

Los Angeles, 1975: no exactamente el mejor año para el rock. En Gran Bretaña se moría el glam, que de todos modos nunca había significado mucho en Estados Unidos; faltaba un tiempo para que llegara el punk. El agujero se llenaba con grupos como Yes, Genesis o con pop setentoso: eso era todo lo que un adolescente podía escuchar en la radio. Joan Jett –apellido verdadero Larkin– tenía 16 años y quería escuchar la música que le gustaba. Entonces iba a English Disco, un club en Sunset Boulevard regenteado por Rodney Bingenheiner, un lugar único: se escuchaba sólo glam rock y no se servía alcohol. Era una disco para menores, especialmente para chicas de entre 12 y 16 años que tomaban cherry-cola y competían por ver quién lucía más espectacular. Claro que no todo era inocente: las chicas tenían sexo en el local, lograban introducir drogas y solían llegar borrachas. Era el local obligado de las groupies de L.A., y también lo visitaban famosos, como Iggy Pop. En una de sus muchas tardecitas en English Disco, Joan Jett conoció a Kim Fowley, que luego sería el manager de The Runaways. Fue ella quien se le acercó; ella le contó que tocaba la guitarra y que quería armar una banda de chicas. Le pidió ayuda. Fowley fue mucho más catalizador que Svengali en esta historia, y él mismo lo reconoce: “Yo no armé The Runaways. Tenía una idea, ellas tenían ideas, nos encontramos y hubo combustión”. Fowley era –y es, a los 70 años– un personaje muy extraño. Hijo de actores, escribió canciones para Cat Stevens, Kiss, Alice Cooper y Kris Kristofferson, produjo el disco del regreso de Gene Vincent, co-escribió temas en Wanted Dead or Alive de Warren Zevon y era parte de la pandilla de Frank Zappa. Joan Jett le llamó la atención. Le gustó que hablara poco y pareciera inteligente. Aceptó buscarle compañeras. A mediados de 1975, Fowley encontró a la baterista Sandy West, de 16 años, y le dio el teléfono de Joan. Las chicas se encontraron y enseguida se entendieron. Fueron en busca de Kim otra vez, para completar la formación. Así entró en la banda, como bajista, Mickie Steele, pero duró poco. Años después, Mickie se uniría a otra banda de mujeres: The Bangles. Llegó el reemplazo, una nacida en Inglaterra y criada en Estados Unidos, fanática de Deep Purple y Black Sabbath, de 17 años: Lita Ford. Enseguida se entendió con Sandy, la baterista que también era fan del hard rock. Faltaba una cantante. Joan y Kim tenían en la mira a otra habitué de English Disco: Cherie Currie. La adolescente de 15 años apareció en la audición sin tener idea de qué cantar (en la película, el personaje lleva “Fever” y las Runaways no saben tocarla). Finalmente escribieron una canción para ella ahí mismo, para probar su star-power: “Cherry Bomb”. Un rocanrol machacón, sucio, la voz al principio gruesa y luego chillona, gatuna, de Cherie, que canta cosas que , según los estereotipos, una chica de 15 no debería cantar. A los 15, rubia y con gemidos. ¿Era explotación? Claro. Dice Kim Fowley hoy: “No había sida, no había computadoras, no había marketing digital, era una época diferente. No había corrección política. Disfruten de la historia”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

The Runaways, la película, está basada en las memorias de Cherie, editadas en 1989 con el título de Neon Angel: The Cherie Currie Story. Es una versión de la historia, y las otras integrantes de la banda conservan recuerdos diferentes. Cherie afirma hoy, en películas como el documental Edgeplay: A Film About The Runaways (2005), que Fowley tuvo sexo con una chica delante de ellas para enseñarles “cómo se tenía sexo correctamente”. También dice que les tiraba con excremento de perro en los ensayos y que las insultaba permanentemente, para enfrentarlas y controlarlas. Pero Lita dice que los insultos de Kim eran graciosos, y le está agradecida por haberla hecho ingresar a la escena. Joan dice poco y nada, como siempre. La que sí coincide con la versión de Cherie es Jackie Fox, la bajista, la última en ingresar a la banda, a los 15, y la única que se alejó completamente de la música (ahora es lingüista, abogada y fotógrafa amateur). Cuenta Jackie: “Cuando grabamos nuestro primer disco, a Kim se le ocurrió que si lograba que Cherie se sintiera fea, cantaría mejor. Así que la hacía cantar en la oscuridad y la insultaba. Decía que la banda estaría mejor si ella se ahorcaba y se convertía en la Marilyn Monroe del grupo. Después maltrataba a otra. Era su estrategia de ‘divide y reinarás’. Mientras nos peleábamos y desconfiábamos unas de otras, no prestábamos atención a cuánto nos estaba estafando. Kim se aseguró de que nunca grabáramos una canción en la que él no tuviera el ciento por ciento de los derechos de edición. En serio: se quedaba con el ciento por ciento de las canciones y con el 95 por ciento de nuestro merchandising. Además nunca nos pagó, ni siquiera los 6 mil dólares por mes a los que estaba obligado, el mínimo bajo contrato según la ley de California”.

No sería justo con The Runaways detenerse mucho tiempo en las manipulaciones y barbaridades de Fowley. Da la impresión de que él hubiera sido el único manager maquiavélico del rock; implica que las chicas eran muñecas rotas y que todo el asunto fue un proyecto hueco; y focalizar en Fowley las victimiza y las deja sin poder. Y la historia no fue así. En primer lugar, en la época florecían los managers que delineaban a las bandas y las “armaban”, tanto o más que Fowley. El mejor ejemplo es el de Malcolm McLaren, que cuando asistió a la escena punk de Nueva York volvió a Londres con la idea de producir en Inglaterra algo parecido pero mejor, y le prestó atención a una banda llamada The Strand que más tarde serían los Sex Pistols; antes de encontrar a Johnny Rotten, McLaren llamó a Sylvain Sylvain de los New York Dolls y a Richard Hell para que cantaran en la banda, pero ambos se negaron. Sin embargo, a nadie se le ocurriría tratar de berretas, falsos o plásticos a los Sex Pistols (cuando se admite el componente de artificio, se habla con reverencia de “la gran estafa del rock’n’roll”). Cierto: en su momento fueron atacados, tanto desde los sectores conservadores como desde la prensa de rock más tradicional. Pero en general encontraban el escándalo, casi nunca el desprecio. Y el tiempo los convirtió en iconos indiscutibles.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A las Runaways recién ahora se les permite gozar de respeto. No es casual que el reconocimiento tardara tanto. Una banda de mujeres, primero. De adolescentes, después. Un hecho maldito, además: jovencitas hipersexualizadas, y no solamente porque así lo deseara un manager inescrupuloso sino porque ellas mismas ponían en cuestión de qué se trata crecer, cuándo una chica está en control de su cuerpo y su vida, cuándo es una mujer. Y un hecho maldito también por su tan escasa descendencia directa: después de The Runaways no florecieron las bandas de chicas precisamente –se burlaron tanto de ellas que nadie quería seguir ese camino–, aunque es obvio que Chrissie Hynde y The Pretenders (primer disco en 1978) no hubieran sido posibles sin The Runaways, o The Slits (todas chicas, primer disco en 1976) o The Go Go’s (todas chicas, primer disco en 1978). The Runaways tiene dos escenas-hijas: la primera es el heavy glam travesti de Sunset Strip, de Poison y Mötley Crüe (Lita Ford estuvo a punto de casarse con Nikki Sixx) hasta sus mejores representantes, Guns’n’Roses, que en Axl y Slash tenían una peculiar reinterpretación de la dinámica Cherie-Joan. Esta escena tiene mala prensa, mala fama y goza de un desprecio generalizado, en general, por los motivos equivocados. La segunda, insólitamente, teniendo en cuenta el enorme antagonismo estético, fue la de las bandas feministas de los ‘90 en Seattle, Olympia y Portland, que nacieron en la estela de Nirvana: Hole, Bikini Kill, Sleater Kinney, 7 Year Bitch, L7. Estas chicas jamás ocultaron su admiración por las pioneras The Runaways; pero, es cierto, ninguna logró popularidad sostenida, ni la masividad.

Sigue sin ser fácil ahora. Entonces era una pesadilla. El primer disco de The Runaways, que llevó el nombre de la banda, se editó en 1976, y es una sólida colección de canciones de menos de tres minutos, tocadas con autoridad, entusiasmo y deliciosa crudeza. Los críticos lo destrozaron. Algunos ejemplos. New Musical Express: “Como muñecas Barbie, esta banda está compuesta por chicas que quieren actuar como chicos. En realidad son chicas que tratan de ser como David Bowie, que a su vez trata de actuar como una chica o un androide... Como sea, cuando algo es de mentira, es de mentira”. Rolling Stone, hasta mediados de los ‘80, las llamaba “el quinteto de tramposas de Kim Fowley”. Ninguno decía la verdad: que tocaban bien. Que rockeaban como pocos.

En la primera gira nacional, The Runaways tocaron en el CBGB’s, abrieron para Ramones y compartieron escenario con Cheap Trick. Para adolescentes como ellas, esa gira fue una locura de hoteles baratos y experimentos con drogas y sexo. En 1977 grabaron su segundo y mejor disco, Queens of Noise. La canción del título era de B. Bizeau, pero les sentaba perfecto: “Somos las reinas del ruido / no uno de tus juguetes”. La voz es de Joan Jett: Cherie no estuvo cuando se grabó, y la usurpación le molestó mucho. La segunda canción, pesada, con una entrada muy Ritchie Blackmore de la guitarra de Lita Ford, está firmada solamente por Joan Jett, gran logro porque en general compartía los créditos con Kim Fowley. “Midnight Music” es una balada a lo Bowie que Cherie canta con evidente alegría. Y muy pronto, otra gran canción de pop-heavy-glam típica de Joan Jett: “I Love Playing with Fire”, que quizá resume la experiencia de adolescencia rockera como ninguna otra. “Me encanta jugar con fuego / pero no quiero quemarme. / Me gusta jugar con fuego / pero creo que nunca voy a aprender”.

Es muy bueno Queens of Noise, pero no tuvo buenas críticas. Sin embargo, en Japón, “Cherry Bomb” llegaba al Nº 1, y allá se fueron las chicas, a ser recibidas como estrellas por primera vez, y al principio del fin.

The Runaways era una banda con internas, y se hicieron evidentes en la superexitosa gira por Japón, donde las chicas eran famosas de verdad. Cherie estaba cada vez más encerrada en su mundo, en sus drogas, en su sensualidad, en su romance con Scott Anderson, el manager de giras que debía cuidarlas y en cambio les conseguía drogas y tenía sexo con la cantante todavía menor de edad (otra muestra más de la desidia imperdonable de Fowley). Jackie Fox estaba cada vez más incómoda, se sentía lejos, se peleaba constantemente con Cherie. Lita creía que ambas estaban locas, que eran hipocondríacas y paranoicas. Ella se la pasaba de fiesta, bebiendo; si las otras la molestaban y no la dejaban dormir, les pegaba e intentaba ahorcarlas con el cable del teléfono. Sandy y Joan querían mantener a la banda unida pero, a pesar de lo mucho que se apreciaban, no podían negar que sus gustos musicales tomaban caminos diferentes: Joan iba hacia el punk; Sandy –y obviamente Lita–, hacia el heavy metal.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La gira por Japón fue tensa y acabó con la salida definitiva de Jackie Fox, que se volvió sola a Estados Unidos, después de una crisis en la que se cortó con una botella. El show más importante de The Runaways, en el Tokyo Music Festival, tuvo a Joan Jett en bajo. Cherie Currie vistió su famoso corset blanco y las medias de red, al tiempo que con el cable del micrófono le daba latigazos al piso, entre dominatriz y serpiente.

La vuelta fue traumática. Cherie dejó el grupo, adicta y deprimida, y se lanzó a una carrera solista que nunca levantó vuelo. The Runaways continuaron. Con Vicki Blue en bajo, grabaron discos con Joan como cantante: en 1977, Waitin’ for the Night, que no funcionó; el fantástico Live in Japan, que jamás se editó en Estados Unidos; y And Now... The Runaways! (1978), ya sin la producción de Fowley –las chicas rompieron relación con él–, que recién se editó en EE.UU. en 1981 y con otro título, Little Lost Girls.

En 1979, The Runaways se separaron. Joan tuvo que armar su propio sello para volver a grabar, porque nadie quería a una chica salida de “ese grupo”. Su venganza, después de 23 rechazos, fue muy dulce: “I Love Rock’n’Roll”, una canción de la banda británica Arrows que ella hizo propia, fue número uno durante meses, vendió hasta certificar platino, la grabó con los Sex Pistols Paul Cook y Steve Jones en un inesperado y justísimo reconocimiento, y hasta hoy es un superhit que merece un cover de Britney Spears. Hoy, Joan es la reina del rock: graba con Peaches, toca con Springsteen, hace radio con Steve van Zandt, actúa en Broadway y Hollywood, y sigue haciendo discos buenísimos con The Blackhearts. Sigue siendo bella, discreta y generosa: en The Runaways, la película, ayudó a Kristen Stewart constantemente, sobre todo para que pudiera cantar las canciones, cosa que la actriz hace muy bien.

También canta muy bien Dakota Fanning: Cherie estuvo menos presente en el rodaje, pero acompañó. Después de abandonar su carrera como actriz –llegó a protagonizar Foxes de Adrian Lyne, junto a Jodie Foster–, Cherie Currie se dedicó a rehabilitarse, trabajar con adictos y, ahora, ¡esculpe madera con una motosierra! Hasta tiene su propia galería de arte motosierrero. Es probable que saque un disco impulsada por la visibilidad de la película: a su nueva versión de la biografía, más osada y –dicen sus compañeras– más fantasiosa, le va muy bien. Cherie sigue siendo hermosa, y parece la más lastimada por la explotación de Fowley, y llegó a desearle la muerte públicamente. De las otras experiencias no se arrepiente. “Yo era fan de Bowie y del glam, y estaba en mi ética, digamos, experimentar.”

Sandy West, quizá la más querida, murió en 2006. Ella sufrió más que las demás la ruptura de The Runaways y, a pesar de que formó una banda, nunca pudo construir una carrera. Lesbiana, fuerte, deportiva, Sandy aparece llorando en el documental Edgeplay, cuenta sus trabajos buenos y malos, su temporada en la cárcel, y habla de cuando tuvo que “romperle el brazo a alguien”, seguramente porque trabajó como caza-recompensas, aunque no lo confirma. Lo que sí dice es que está enojada por la separación, y entre lágrimas cuenta que hubo muchos celos, mucha manipulación, muchas drogas. “¡Eramos una banda fantástica! Hubo gente de mierda involucrada, no fuimos nosotras, no fue nuestra culpa. Nos quisieron destrozar, y lo lograron, por avaricia. ¿Y por qué? No había razones para que la banda se separara. Ninguna razón. No puedo superarlo.”

Hay mucha amargura en la historia de The Runaways. Lita Ford, por ejemplo, no aceptó vender los derechos de la biografía para la película, ni siquiera después de conocer y llevarse muy bien con la chica que la interpreta, Scout Taylor-Compton, que fue a buscarla después de un show. Lita está relanzando su carrera: entre los fans del heavy, es la indiscutible diosa del género, pero ella siente, y lo repite, que hay una conspiración en su contra. Por eso se negó a participar en la película de Sigismondi (además de que tiene problemas con Cherie). Y se equivocó. Aún más dura estuvo Jackie Fox, que ni siquiera permitió que usaran su nombre (hubo que inventar una bajista). Joan Jett, productora ejecutiva, la demandó por tratar de boicotear la película. Jackie reconoció su paranoia, pero no dio un paso atrás.

Y ante los viejos rencores, Floria Sigismondi encontró la mejor solución posible para The Runaways: no obsesionarse con los hechos. Reproducir un clima, una época, una edad, la luz y la sombra de las muchachas en flor, sin infantilizarlas, sin romantizar sus sufrimientos. Que se vuelvan a escuchar sus canciones garajeras sobre nacer malas, tomarlas o dejarlas, reinas del ruido, Johnny Guitar, California, la escuela, jugar con fuego. Volver a esas chicas que querían ser Blackmore y Bowie y Richards y Simmons y Taylor, pero sobre todo ellas querían estar allá arriba, sobre el escenario. Chicas que no tenían intenciones de cambiar el mundo, pero lo cambiaron.

Joan Jett fue co-productora, además, ayudó a Kristen en todos los detalles.

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